EN LOS TIEMPOS DE PACHACÚTEC
LEYENDA:
“WANKAMUÑA”
(Huancamuña)
En los tiempos del Inca Pachacútec, el Soberano organizador del Tawantinsuyo, decidió desde el Cuzco someter a las culturas costeñas del norte como los Chinchas y Chimúes. Encontrándose él en la ciudad imperial envió a su hijo el Príncipe Túpac Yupanqui, valeroso heredero del trono para cumplir el ejemplo expansionista de su padre.
A su paso por los territorios hacia el norte, organizó un ejército con más de treinta mil hombres formados por soldados de los reinos conquistados que integraban la región del Chinchaysuyo. Dentro de este ejército conquistador viajaba con ellos un joven soldado proveniente de la tribu Wanka que fielmente acompañaba la actitud guerrera del Príncipe Inca.
Estando muy próximos a Paramonga, el Emperador Chimú, Minchán Camán, recibió noticias de la invasión, precavido, reforzó sus huestes en todo el valle de Virú, Casma, Huarmey y la fortaleza de Paramonga. El Príncipe Túpac Yupanqui en su afán bélico envió a sus emisarios para someter pacíficamente al Señorío Chimú, negándose en hacerlo el Soberano del norte.
A la orden de ataque por la fuerza, se desató una de las más violentas y sangrientas batallas entre Incas y Chimúes: destruyendo y aniquilando, la avanzada Inca, a los enemigos del norte del Tawantinsuyo. Pero una parte tomó resistencia en el valle de Casma donde a la orden de acción, acude al ataque el joven Wanka, demostrando valerosamente su actitud guerrera en el campo de batalla.
Cuando el valor campal se hacía evidente en la pampa desértica, un flechazo en el muslo derecho hizo que cayera gravemente herido y en su retirada fue perdiendo sangre que fluía rojo como la sangre divina, el sol caía en el crepúsculo atardecer. La victoria de los Incas se acercaba poco a poco.
Ayudado por las mujeres del valle, fue llevado a uno de los tambos de la loma cercana para curar sus heridas, en su trayecto, su vida se debilitaba como la melodía del gorrión. La herida era grave, sus venas se comprimían.
Ya en el tambo, contemplado por las mujeres, el agonizante guerrero extrae de su chuspa unas hojas aromáticas, puras, frescas como el viento, era las hojas de la Muña que crece en los valles andinos de Junín y Ancash. Quiso encomendar su destino al aroma de la planta que lo acompañaba para darle fortaleza y calmar el frío de la noche tenebrosa de las vertientes verdes del valle.
Al asomarse el final de sus días, antes de expirar, dio gracias a la Mama Pacha y loas al Inca Príncipe por los mejores años de aprecio y servicio al reino de donde provenía. Acompañado por la gente del valle que se acercó a verlo, dijo: “El destino ha trazado mi vida y ha querido que muera en el campo de batalla sirviendo a mi señor y sus deseos” – Los que allí se encontraban le decían que no hablase mucho. La luna de la noche alumbraba en el cielo despejado, muy triste, la gente observaba acongojada.
Pasado los minutos de resistencia a la muerte, imploró, aseverando luego, un mandamiento venidero: “Tierra nueva y mía que hoy me cobijas, en ti crecerán hijos aguerridos y la Muña que me sigue desde mi tierra será el destino en las noches de soledad” – Al terminar la frase, el joven Wanka, expiró, viajando a una vida mejor dejando para las generaciones su nombre, que en nuestro tiempo se resume en Wankamuña (Huancamuña) que hoy existe. Es un pueblito que emerge en mi tierra natal.
Autor : Luis Huerta Lomotte
“WANKAMUÑA”
(Huancamuña)
En los tiempos del Inca Pachacútec, el Soberano organizador del Tawantinsuyo, decidió desde el Cuzco someter a las culturas costeñas del norte como los Chinchas y Chimúes. Encontrándose él en la ciudad imperial envió a su hijo el Príncipe Túpac Yupanqui, valeroso heredero del trono para cumplir el ejemplo expansionista de su padre.
A su paso por los territorios hacia el norte, organizó un ejército con más de treinta mil hombres formados por soldados de los reinos conquistados que integraban la región del Chinchaysuyo. Dentro de este ejército conquistador viajaba con ellos un joven soldado proveniente de la tribu Wanka que fielmente acompañaba la actitud guerrera del Príncipe Inca.
Estando muy próximos a Paramonga, el Emperador Chimú, Minchán Camán, recibió noticias de la invasión, precavido, reforzó sus huestes en todo el valle de Virú, Casma, Huarmey y la fortaleza de Paramonga. El Príncipe Túpac Yupanqui en su afán bélico envió a sus emisarios para someter pacíficamente al Señorío Chimú, negándose en hacerlo el Soberano del norte.
A la orden de ataque por la fuerza, se desató una de las más violentas y sangrientas batallas entre Incas y Chimúes: destruyendo y aniquilando, la avanzada Inca, a los enemigos del norte del Tawantinsuyo. Pero una parte tomó resistencia en el valle de Casma donde a la orden de acción, acude al ataque el joven Wanka, demostrando valerosamente su actitud guerrera en el campo de batalla.
Cuando el valor campal se hacía evidente en la pampa desértica, un flechazo en el muslo derecho hizo que cayera gravemente herido y en su retirada fue perdiendo sangre que fluía rojo como la sangre divina, el sol caía en el crepúsculo atardecer. La victoria de los Incas se acercaba poco a poco.
Ayudado por las mujeres del valle, fue llevado a uno de los tambos de la loma cercana para curar sus heridas, en su trayecto, su vida se debilitaba como la melodía del gorrión. La herida era grave, sus venas se comprimían.
Ya en el tambo, contemplado por las mujeres, el agonizante guerrero extrae de su chuspa unas hojas aromáticas, puras, frescas como el viento, era las hojas de la Muña que crece en los valles andinos de Junín y Ancash. Quiso encomendar su destino al aroma de la planta que lo acompañaba para darle fortaleza y calmar el frío de la noche tenebrosa de las vertientes verdes del valle.
Al asomarse el final de sus días, antes de expirar, dio gracias a la Mama Pacha y loas al Inca Príncipe por los mejores años de aprecio y servicio al reino de donde provenía. Acompañado por la gente del valle que se acercó a verlo, dijo: “El destino ha trazado mi vida y ha querido que muera en el campo de batalla sirviendo a mi señor y sus deseos” – Los que allí se encontraban le decían que no hablase mucho. La luna de la noche alumbraba en el cielo despejado, muy triste, la gente observaba acongojada.
Pasado los minutos de resistencia a la muerte, imploró, aseverando luego, un mandamiento venidero: “Tierra nueva y mía que hoy me cobijas, en ti crecerán hijos aguerridos y la Muña que me sigue desde mi tierra será el destino en las noches de soledad” – Al terminar la frase, el joven Wanka, expiró, viajando a una vida mejor dejando para las generaciones su nombre, que en nuestro tiempo se resume en Wankamuña (Huancamuña) que hoy existe. Es un pueblito que emerge en mi tierra natal.
Autor : Luis Huerta Lomotte