Leyenda:
“EL ANGEL DE ARENA“
Eran las cuatro y media de la mañana siguiente de un día como hoy. Sentí de pronto que el gallo en el corral de la casa cantaba desesperado como si algo sucediera: ¡Co-co-ro-co!, ¡Co-co-roco!, ¡Quiquiriquí!, ¡queuu! - Así cantaba, ese gallo achacoso de plumas viejos y chiriposo, era el papá de todos los pollos y gallinas que habíamos tenido. Asustado salí de la casa, fui al corral pero nada sucedía; ya no me dio sueño, estaba temeroso. Decidí entonces ir al campo donde se encontraba el sembrío de ají, al caminar por los surcos, en instantes cuando me acercaba a una sequia que cruzaba llevando agua al otro lado de la chacra, donde tenía zapallos. Vino hacia mí, una oscuridad tan tenebrosa, una nube negra, cuando más se acercaba, se ponía resplandeciente; asombrado quedé y no supe que hacer, el amanecer todavía no llegaba.
En ese momento, se abrió una nube luminosa como si hubiese amanecido. Al seguir caminando; entre esa nube luminosa, vi el hermoso valle de mi tierra, más reluciente que jamás habría imaginado; seguía temeroso. Cuando me acercaba, cerca de un cerro, escuché un crujir de dientes, repiquetear de espadas, me acurruqué en un árbol para esconderme si algo sucedía y podría hacerme daño. Nunca pensé que dos ángeles estaban peleando en el aire, molestos porque Dios los había castigado, eran tan bellos, blancos como la nube de algodón, lleno de luz sobre la cabeza, de cabellos largos, túnicas blancas, pies livianos y descalzos, cuyas alas se movían de acuerdo al movimiento de sus espadas. Eran Lucifer y Betel, quienes peleaban porque ambos quisieron ser como Dios; estuve contemplando largo tiempo, no sabía la hora. La batalla era incansable, se golpeaban contra el cerro, el suelo y las nubes. Las espadas crujían: ¡Chim-Chan! ¡Chim-Chan!, filudos cuchillos, grandes como para matar carnero. En eso, Betel el ángel más cansado recibió una estocada en las costillas; Lucifer, se reía a carcajada: ¡Ja! - ¡Ja! - ¡Ja! -¡Ja! -¡Ja!, nunca pensé que siendo un ángel, por dentro era tan malo.
El ángel Betel, se quejaba como pidiendo auxilio, pues habiendo ganado Lucifer, éste se retiró como vencedor; nada podía hacer. Estaba tan confundido, tenía gran miedo, todo había acabado, el ángel Betel murió; quise acercarme pero no pude, vi entonces su cuerpo con tristeza. Aire frío soplaba y soplaba, traía arena que iba cubriendo el cuerpo del ángel caído, formándose así un cerro poco a poco.
Me llegó el frío intenso, tanto era el viento que la arena tapó todo su cuerpo, asombrado quedé y luego noté la nube resplandeciente, surcaba el espacio, desapareciendo. Jamás presagié el tiempo transcurrido, pues allí estuve viendo a los ángeles peleando. Cansado estaba, al despertar me di cuenta que me había quedado dormido recostado sobre la falda de un árbol de algarrobo, muy cerca al lugar donde viví y nunca comprendí como llegué al lugar.
Todos los días, el temor siempre me conmueve, es por eso que le rezo a la Virgen de las Mercedes, que es la patrona del lugar y existe allá en el cerro de arena, un valle de árboles donde descansa el ángel de arena y crece en él, el verde algarrobo, allá en San Rafael.
Autor: Luis Huerta Lomotte
"PLUMA SECHIN"
2001