HUAYUNÁ…GUAYNUMA…HUAYNUNÁ
(LEYENDA)
En algún lugar del norte, cuando el
Inca Atahualpa se llevaba bien con su hermano Huáscar contempló desde lo alto
de un valle sagrado, que el mar golpeaba con sus inmensas olas, la vertiente de
un farallón marino y cuyo destino habría hecho, un misterio. Desde esa
época, ya no volvió a verlo nuevamente.
Dicen que hubo un tiempo que sus
desesperadas dolencias de conquista y hasta llenas de ira y locura llegaron. En
tiempos de luna nueva, el dolor desaparecía y en luna llena, aumentaba,
entonces, no conforme con el repentino cambio de su destino, el Inca envió a un
emisario hacia el sur para buscar un lugar apacible en donde sus dolores podrían
sanar de por vida y su destino cambiar.
Un gallardo soldado a quien pocos
daban por virtud y gozo, fue enviado a
cumplir tal hazaña. Viajó desde los golfos de Guayaquil en busca de una tierra
próspera y bella con mirada hacia el mar, sus ojos en cada lugar, observaban
valles, cornisas de lomas, farallones marinos y extensas playas y ninguno le
era de su agrado, pues el clima le era contrario.
Entonces camino, leguas y leguas hacia
el sur. Un día hermoso lleno de sol, sus ojos como en gran sueño, producto de
su cansancio, avistaron un extenso mar esmeralda, las arenas se doblegaban en
la suavidad de la resaca y podía sentir el fresco aroma del aire en su rostro
garboso. Se había topado con lo predestinado del dios sol, era una playa
reluciente, cuyas orillas dormitaban con la marea, el vaivén de las olas se
tornaba como cantos de los guanayes, gaviotas y piqueros que adornaban los
aires en su aletear marino.
Decidió entonces regresar y dar la
gesta al Inca, que se encontraba en Caxamarca, tierra a donde visitaba de tiempo
en tiempo, para darse de baños de flor y calor andino. Maravillado por la
noticia de los resultados del viaje y las hazañas de su guerrero a quien nombró
Curaca de la nueva tierra. Hizo
emprender viaje a un grupo de nobles para posesionarse de las nuevas tierras y
preparar el camino para su recorrido con destino al sur.
Después de tantos viajes que hizo
junto a su padre Huayna Cápac, en tiempos determinados, se preparó para poder llegar, de paso, nuevamente al Cuzco, se sentía hecho un
coloso de gran dominio.
La sanidad y la vida parecía haber
llegado para Atahualpa, preparó la comitiva por una sencilla razón, su
desesperada dolencia era cada día más fuerte, pero jamás lo demostró, pues
perdería la fortaleza de convertirse en Inca destronando a su Hermano Huáscar.
Fue así, una caravana de nobles,
caciques, curacas, soldados y sacerdotes decidieron acompañarlo en valiente
viaje. La costa parecía apacible, en su recorrer, los valles le otorgaban
confianza y los aliados se sentían cómodos en su pasar.
Después de caminar horas y días,
arribaron al lugar que un día soñó, el lugar donde su dolor podía sanar o
calmar y así la extensa tierra de lomas y arenas productivas se avizoraron a su
paso con destino al sur. Caxma, en
tiempos del Tawantinsuyo sería fiel testigo de su paso. El valle
de Punkuri es Testimonio de la grandeza, donde se puede apreciar omnipotente en
lo alto del Templo (Punkuri), al Dios Kon, máxima deidad de los
guerreros de Sechín, representado por un puma de piedra, quien hace
dos mil doscientos años antes de cristo, decidió ubicarse en lo alto de su
reino para vigilar hasta la eternidad al valle de Nepeña. La hermosa
ciudadela que se encontraba reconstruida y habitada por las generaciones de
otras culturas y del otrora dominio Chimú tuvo la dicha de recibir en su hermoso
valle con gran riqueza, la presencia del Inca Atahualpa, en quien confiaban que
los liberaría de su enemigo del sur, sin saber que ellos estaban en su mente
para ser parte de sus nuevos dominios y mando.
Punkuri y sus generaciones en tiempos
del incanato pudieron ver, aunque con gran celo la gallarda fisonomía física
del Inca Atahualpa que se demostraba muy condescendiente con ellos, ya que se
sentía agobiado por sus dolencias y vivía cambios repentinos de soberbia que
muchas veces lo llevaba a cometer desaires como el de mandar a degollar a
quienes no se acomodaban a su presencia.
Desde esa zona, el Inca se trasladaba a
mirar el mar y desde las lomas altas podía apreciar omnipotente lo alto el
templo Punkuri, y adorar al dios Sol todas las mañanas y, al caer éste en
el ocaso, en el lecho del mar, se sentía bien, su forma de ser cambiaba y
tomaba las mejores determinaciones que humano no habría hecho, estando en vida.
El clima le era grato, caminaba
recorriendo los valles de Caxma. Y fue
así como fue a parar hasta otra ciudadela que sus encantos había descubierto,
Manchán, en las llanuras de los cerros y farallones rocosas cubiertas de arena.
Al ingresar a ella vio la deidad con sus ojos la laboriosa tarea que hacían los
hombres dedicados a la agricultura, sus mujeres hermosas a la crianza de sus
hijos, al cuidado de la casa y otras al servicio de la comarca. El último
Curaca de Manchán le enseñó a conocer la divinidad de la extensa tierra, el
recorrer de sus ríos y los misterios del antiguo pueblo de Sechín.
Fue entonces que prendado por las
grandes sapiencias de su Curaca, pasó por una noche de encantos e invocaciones
a los dioses para que se curase de su mal. El Inca Atahualpa, se transformaba,
unos dicen en pumas, otros dicen en zorros que hoy se avistan por esos lares.
Y
volvía el orejón de tiempo en tiempo a mirar el mar, caminando por las
laderas y los rincones a donde sus pies
podían llevarlo y se esgrimía a su inteligencia para tomar las versiones que
Caxma le ofrecía, el aire, el sol, el calor, el agua, la tranquilidad y la
paciencia para hacer conjeturas de gran Señor y buscar lo que anhelaba ser, el
último Inca, herencia que su padre le había dejado antes de morir y compartirlo
con su hermano del Cuzco.
Tomado
todas las precauciones del caso, el Inca decidió quedarse por un tiempo, y
llamó a este lugar Huayuná (ejemplo
de mística y dignidad) como regalo de
aprecio a su emisario que luchó tanto para encontrarle un lugar donde poder
sanar sus dolencias e iras. En el tiempo
y las generaciones venideras fueron cambiando a Guaynuma (hombre de Guayas) y
Huaynuná, (lugar de vivencias y pesca de los descendientes Huayunas), pero es
el mismo lugar donde el Inca, el Curaca, los moradores de esta noble tierra iban
a pescar y cumplir sus sueños en realidad, un baño en sus límpidas aguas de azul
esmeralda curará cualquier dolencia que nunca recordarán como pasó y así, a la playa Huaynuná no olvidarán…
AUTOR:
LUIS HUERTA LOMOTTE
"PLUMA SECHÍN"
AÑO 2019